Lo confieso: soy un punto cardinal.
Y no, no soy un punto cardinal cualquiera: soy el Norte.
Y sí, soy el Norte
para perderlo, para perderme y para perderte.
Allí me levanto
melancólica y me consuelo escuchando el rugido de los bufones secos cuando el temporal
se esconde tras estratos curvos que dibujan playas imposibles, tan imposibles
que nacen en praderas y dan la espalda a mi mar, ese mar frío que cambia de color como yo de viento.
A medio consolar y vestida de eucalipto, verde sol y verde lluvia, me alimento de nubes blancas y grises que invaden puertos de montaña.
A medio consolar y vestida de eucalipto, verde sol y verde lluvia, me alimento de nubes blancas y grises que invaden puertos de montaña.
[Nubes para
desayunar, nubes para comer y nubes para cenar.]
Tras el empacho de nimbos, merodeo por senderos a la sombra de gigantes hambrientos que me
quieren para merendar… y yo, muy lolita y vestida de eucalipto, me dejo devorar.
Después, bien entrada la noche, sueño con millones de estalactitas excéntricas y anárquicas que se me clavan dulcemente y me recuerdan que huelo a tierra húmeda y a manzanas.
Y al alba respiro tranquila porque, aunque consolada, empachada y devorada, sigo siendo mi Norte.
Lugar: riscos llaniscos.
Cámara: Panasonic.
Ojo: Eduardo Alduán.
Texto: Irene Alduán.
Texto: Irene Alduán.